Recuerdo iniciar mi vida profesional hace más de 30 años y por entonces los arquitectos teníamos una normativa relativamente nueva: la NBE-CT-79 por la que se empezó a requerir que las edificaciones tuviesen un mínimo de aislamiento.
En nuestra Galicia costaba convencer a los clientes que sus viviendas debían hacerse con la aportación de unos materiales aislantes, por entonces de no demasiada calidad, que se pondrían pegados a la cara más externa del muro interior del cerramiento de fachada.
En Galicia las fachadas siempre se hicieron con gruesos muros de piedra sin ningún otro material, con los que se conseguía, junto con la escasa dimensión de las ventanas, que las viviendas estuviesen aisladas del frío del invierno y del por aquel entonces no tan dañino calor del verano.
La normativa actual y las tendencias que tratan de mejorar las condiciones climáticas del planeta nos llevan a aislar las viviendas con espesores de aislamientos muy altos que traerán consigo el descenso drástico del gasto energético en calefacción.
También la exigencia deriva en la necesidad de primar las energías limpias como la geotermia, la aerotermia, los paneles solares, etc. y dejar de lado las que se alimentan de combustibles fósiles.
Estamos hablando de las «casas pasivas», que contribuirán de manera muy importante tanto a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes como a reducir el tan maligno efecto invernadero.
Y esto no es una tendencia, esto ha venido para quedarse porque es la única opción que nos queda si queremos preservar el clima de nuestro planeta.
Si estás planteándote hacer una casa, no lo dudes, haz una casa pasiva.